Cada persona que requiere atención médica es distinta y susceptible a cambios
de ánimo derivados de temores y pensamientos repentinos, como consecuencia
de su padecimiento. Por ello la
confianza que esa persona y su familia depositan a ojos cerrados en el
profesional de la salud, resulta fundamental para establecer la relación médico
paciente.
Pero ¿es solo esa confianza la clave del éxito de esta relación? O puede
serlo también la empatía, la cual nos pone en los zapatos del que sufre, de
quien padece en silencio o gritando, de quien habla o de quien calla, de quien
ríe o de quien llora.
Para responder esa pregunta, es necesario pensar, qué desea el paciente, y qué
necesita, o más bien, si lo que desea y necesita pueden tener cabida en el
mismo lugar; o pensar, quizás, en el
trato que reciben por parte de los profesionales de salud, ya que la evolución
y respuesta positiva al tratamiento, también
es un reflejo de la comunicación
asertiva y la confianza generada con el paciente y su familia.
Es en este contexto en el que debemos plantearnos el interrogante:
¿Está lo que quiere y lo que necesita el paciente en el mismo lugar?
La respuesta a ello, es, sí.
Cuando un paciente se acerca a un profesional de la salud lo que desea y lo
que necesita es disipar el padecimiento que lo aqueja, acabarlo o cuando menos aliviarlo,
pero siempre en aras de mejorar su calidad de vida; lo cual va en consonancia
con el deber de los médicos de aplicar todo el conocimiento adquirido durante
años de arduo estudio y sumado a ello sus años de experiencia.
Sin embargo, el paciente también desea y necesita ser escuchado, ser
entendido, no ser tratado como un objeto sin nombre o dejar que su patología
los defina, que, como profesionales de la salud, no cambiemos sus nombres por
los de sus enfermedades, porque si esto sucede, la tan preciada confianza,
pilar de la relación ejemplar que debe existir entre el médico y el paciente
simplemente falla, y desde sus cimientos.
Así pues, si la confianza es un pilar esencial en la relación
médico-paciente y la empatía se convierte en base. El conocimiento no sólo se
construye a través de los profesionales de la salud, sino que se adquiere con y
por nuestros pacientes, quienes nos dan la posibilidad de transformar la teoría
en práctica y son la razón de ser de nuestra profesión que nos da el privilegio
de ayudarlos pero sobre todo mejorarles su calidad de vida, propósito que se
convierte en el motor que energiza nuestro proceder.
Esta situación me recuerda a una frase célebre de la película llamada
“Patch Adams” “cuando tratas una
enfermedad, pierdes o ganas, cuando tratas a una persona, siempre ganas” esto
hace referencia a que muchas veces en la práctica médica olvidamos que detrás
de las patologías en las que pensamos cuando llega un paciente a consulta, hay
miles de historias representadas en una persona que desea ser tratada con
dignidad y respeto; además de su enfermedad, es necesario pensar en la persona,
leer su entorno, preocuparse por el individuo, el ser humano que está ahí y que
se expone ante nosotros con la fragilidad y vulnerabilidad que puede tener un
ser que se presenta frente a alguien de quien necesita ayuda.
Muchas veces las enfermedades pueden tener un curso incierto, y el
tratamiento permite o impide su progreso, pero, hacer felices a los pacientes
por un momento, hacerlos sentir respetados, entendidos, valorados, y no solo
como un objeto de estudio, es siempre una ganancia, tanto para él como el
médico.
Es así como los médicos no debemos ser solo guardianes del saber, sino
también de las buenas formas, de la empatía, la amabilidad y el respeto, ya que
seremos valorados no solo por los
procedimientos correctos que pongamos en práctica en aquel paciente que lo
necesita, sino también en otros aspectos, ya que ésta profesión se trata de
ayudar, en toda la extensión de lo que la palabra implica. Quienes escogimos este camino, debemos tener
en cuenta que hay maneras muy grandes de ayudar; como escuchar cuando es
necesario, sonreír cuando la situación lo requiere, dar un consejo, e incluso
si es necesario, llorar para acompañar a alguien.
No olvidemos que un médico es un ser humano, con control emocional, sí,
pero con sentimientos, al fin y al cabo, sentimientos que nos condujeron a
tomar esta profesión con amor, y que no debemos dejar totalmente de lado en nuestro
ejercicio profesional y vocacional; Solo así, saldremos del consultorio, o de
la sala de urgencia o de cualquier lugar donde estemos laborando, con la satisfacción
del deber cumplido, pero sobretodo, con la certeza de tener un paciente agradecido.
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